De la Hna. Anunciación con motivo de la Vigilia de la Inmaculada
Queridos cruzados y militantes de Santa María:
Para mí, el tiempo de Adviento es un tiempo especial, es el tiempo mariano por excelencia, un tiempo que espero con verdadero gozo.
Desde el primer domingo de Adviento me pongo en actitud de recogimiento. Las lecturas de la liturgia me invitan a vivir este tiempo que me hace pensar que algo nuevo va a suceder.
Es un tiempo de esperanza porque María espera a su hijo y, así, junto a María y José, vivo esperando, metida en el silencio. No puedo explicar lo que pasa por mí.
Es tiempo de paz y de gozo junto a María.
Los días de preparación para la campaña de la Inmaculada los vivo unida a vosotros y a medida que se va a cercando la novena, me preparo con ilusión, adorno una imagen preciosa de la Virgen Inmaculada que me regaló mi párroco. Le pongo flores que destilan un olor que llena la celda de perfume. Veo a la Virgen llena de luz y la suelo obsequiar levantándome antes para ir corriendo al coro y rezar una novena que hago a mi manera con lecturas sobre el culto a la Virgen, del papa Pablo VI, y sobre el documento del Vaticano II donde se habla de María.
Antes de de esto, me presento a la Virgen unida a todos vosotros. Y allí, con vosotros, leo estas lecturas. Luego ofrezco todo el día por vosotros, por vuestro apostolado, y termino con una oración a la Virgen.
Durante todo el día os meto en mi corazón y os presento a todos los cruzados ante Jesús, especialmente a algunos que me han pedido que les tenga por hijos.
Luego ando con cuidado de hacer caridades voluntarias y de sacrificarme: sonriendo durante el día, siendo positiva, sin fijarme en lo negativo de los demás, haciendo un clima de silencio exterior e interior, y callando cuando algo me cuesta. Estoy en la novena acompañando a los cruzados y sé que estar alegre y hacer cosas buenas repercute en vosotros.
Me suelo levantar sobre las 6 menos cinco. La comunidad lo hace a las 6 y media. A las 7 entramos para hacer la oración hasta las 8. A las 8 rezamos laudes y a las 8 y media empieza la Eucaristía.
Allí, en la oración y en la alabanza, estáis presentes ante el Señor. Luego, en la acción de gracias, cuando está Jesús dentro de mí, allí también estáis vosotros, y doy gracias a Dios porque existe la Cruzada.
Luego, durante la jornada de trabajo, también vosotros estáis presentes. En el silencio interior suelo suplicar a Dios por vosotros, esto es lo que puedo ofrecer.
Mi vivencia con vosotros no la puedo explicar con palabras: es el amor de una Madre para con sus hijos: les quiere, les ama, les protege, les cuida, se sacrifica por ellos, les lleva en el corazón y, aunque estén lejos, ella les tiene cerca.
La maternidad espiritual es una cosa grande: se goza con todo lo bueno de los hijos y a todos se les quiere.
Mi amor por la Cruzada y por los jóvenes de la Milicia es muy grande. La Milicia cumple ahora 50 años. Es un grandísimo motivo para dar gracias a Dios por lo que la Virgen está haciendo con vosotros.
También hay que dar gracias por Abelardo, que tanto ama a María y tanto ha hablado de Ella.
¡A cuantos jóvenes ha llevado al regazo maternal de María! ¡Qué hombre tan grande es Abelardo! Ahora está haciendo una obra mas grande que cuando reunía a las masas de jóvenes y les decía que tenían que ser santos, y levadura en la masa. Que el mundo los necesitaba. Él repetía:
– Sed santos.
Ahora, con su silencio y sus manos vacías, está haciendo una obra más grande y amando más al Señor, que se anonadó, se hizo como un gusano a la vista de todos y ahora es Señor de los señores.
Yo tengo metido en mi corazón a Abelardo y llevo grabada su figura. Él es una persona con una confianza grande en las oraciones de las monjas contemplativas.
Cuando tenía alguna necesidad de cualquier tipo, ya estaba Abelardo pidiéndome que rezara, fuera por lo que fuera. Por alguna dificultad o enfermedad, Abelardo me escribía.
Si había algún matrimonio en crisis, ya tenía una carta de Abelardo pidiéndome que rezara y me sacrificara.
¡Cuántos matrimonios me escribían, pidiéndome oraciones.
– Rece para que tengamos un hijo, rece por nosotros. Abelardo nos mandó que la escribiéramos.
Abelardo es un alma que lleva a la juventud en el corazón y por ella rezaba, se sacrificaba y sabia confiar en las almas contemplativas. Tiene un celo grande por las almas y arde en amor de Dios y en amor a los jóvenes.
Recuerdo a un joven al que quería más que a sí mismo. Me dijo:
– A este joven le saqué del lodo donde estaba metido. Anunciación, lo que siento por este joven es un amor tan grande que en él veo reflejado a mi hermano Carlos y a toda la juventud. Por él estoy dispuesto a sufrir todo lo que sea y a ofrecerme a Dios. Que haga lo que quiera de mí con tal de ayudarles a ellos en este joven.
Le quiero con toda mi alma.
Abelardo sufría cundo le veía que se perdía otra vez. Y yo, ¡a rezar! Era como una cadena que nos tenía a los dos amarrados. Él acudía a mí y yo al Señor.
– Le quiero con toda mi alma, me repetía. Veo en él reflejada a toda la juventud y cuando le abrazo, abrazo a todos los jóvenes que están como él. Lo que siento por él, lo siento por todos los jóvenes y por ellos daría toda mi vida.
Me lo repetía una y otra vez.
Abelardo es un alma santa. Para él lo más grande es tener las manos vacías y dejar las miserias en las manos de Dios para que Él las consuma y las convierta en misericordia. Es lo que está haciendo, como un niño en las manos de Dios, presentando sus manos vacías para que Dios nuestro Padre se las llene de gracias para derramarlas sobre todos los jóvenes.
Es lo más grande que puede hacer ahora por los jóvenes que tanto ama.
Durante la campaña de la Inmaculada me escribía para que rezara y me contaba que gozaba viendo a los militantes poniendo carteles, como un joven más entre ellos.
Por supuesto, para la Vigilia me escribía también para que rezara, por sus frutos, para que fueran muchas las personas que se acercaran al sacramento del perdón. Luego escribía todo contento por las conversiones que había habido.
Muchas cosas diría de Abelardo, que era y es una persona de Dios, y de ese amor grande que tenia y daba a los jóvenes.
Hoy el mundo necesita de almas como Abelardo que ardan en amor a Dios y a los demás.
Me despido con todo cariño y con amor de Madre, que pasemos un feliz día 8. Allí estaré yo con vosotros.
María Anunciación de Santa Teresa