La fidelidad, a pesar del oscurecimiento de esta virtud en nuestro tiempo, está inscrita en la identidad profunda de la vocación de los consagrados: está en juego el sentido de nuestra vida ante Dios y la Iglesia. La coherencia de la fidelidad permite apropiarse y volver a conquistar la verdad del propio ser, es decir permanecer (cf. Jn 15,9) en el amor de Dios.
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