Por Fernando Martín
Los Institutos Seculares son todavía una institución joven dentro de la Iglesia, pues cuentan apenas con algo más de cincuenta años de vida y, sin embargo, ya han escrito páginas de gloria en la historia contemporánea del cristianismo. Resulta una paradoja llamativa y curiosa el hecho de que, por una parte, aparecen en gran medida ignorados por muchos cristianos y, por otro lado, se difunden por todo el mundo, llegando hasta los confines de la humanidad.
Esta nueva forma de consagración en la Iglesia ha sido desde su inicio signo de contradicción. Ha sido tan grande la novedad suscitada por el Espíritu Santo en ella que, a duras penas, ha sido comprendida por no pocos autores, por otra parte muy beneméritos y competentes.
(P. Gratiniano Checa, Director General del I.S. Servi Trinitatis, Presentación de Los Institutos Seculares: Ser y quehacer, de J.M. Cabezas (1999)
En conclusión, se puede afirmar que, aunque permanezcan todavía algunos problemas por resolver, los Institutos Seculares poseen ya una fisonomía bien definida, para la cual el Código de 1983 constituye un marco necesario y seguro de referencia. Esta estructura consta de tres elementos: secularidad, consagración y apostolado, especificando que la secularidad puede ser laical o clerical y que goza de una gran variedad de expresiones, todas legítimas.
Se observa que hay una continuidad entre los documentos fundacionales y el Código, así como con el Concilio, aunque muchos elementos han sido cada vez mejor comprendidos y aceptados. Y, por la gran consonancia entre las grandes líneas de acción que ha propuesto el Vaticano II y lo que constituye la esencia del Instituto Secular, se puede vislumbrar que están llamados a jugar un papel insustituible en la Iglesia de hoy.” (p. 110) (tesis doctoral «Condición canónica y misión de los
Institutos Seculares en el Código de derecho Canónico de 1983». Los Institutos Seculares: Ser y quehacer, de J.M. Cabezas (1999).
He querido iniciar mi relación introductoria con estos dos textos. El último número de Diálogo ha tratado de servir de preparación para esta Asamblea. Quiero destacar el artículo de Emilio Tresalti que incide de modo preciso y documentado en esta temática. Yo también escribí unas ideas que pudieran servir de estímulo para reflexionar en el tema que vamos a tratar ahora. Me voy a limitar, para introducir este momento de trabajo por grupos, a comentar y subrayar lo que allí he dejado escrito.
Los temas planteados en el Congreso del 2007 han preparado una Asamblea donde los Institutos, representados por sus responsables o delegados, tenemos que hablar de lo que el Espíritu Santo nos sigue inspirando, de lo que va suscitando en el hoy de nuestra vocación.
El Congreso y los diversos acontecimientos celebrativos han caldeado los corazones y vamos con ellos llenos de ilusiones, inquietudes, vivencias y experiencias que queremos compartir para enriquecernos y ayudarnos mutuamente.
Por eso el tema, suscitado por el Congreso, por la intervención del Papa, y por el momento celebrativo que vivimos, no podía ser otro que una reflexión en común: Qué sentido tienen los Institutos Seculares, hoy día, en la Iglesia y en el mundo. Es hacer un pequeño alto en el camino para dar gracias como actitud fundamental. En segundo lugar, para mirar el camino recorrido en estos 60 años y reconocer las luces y las sombras que nos han acompañado. Y en tercer lugar, para reencontrarnos en el hoy de nuestros institutos, y con fidelidad creativa, renovar nuestro empeño compartido en una vocación común que es un don del Espíritu: la secularidad consagrada.
El sentido de los Institutos Seculares en VC 10
Para iluminar esta reflexión común, he querido comentar dos fragmentos de la Exhortación Postsinodal de Juan Pablo II Vita Consecrata. Creo que pueden ayudar a situar adecuadamente el estudio sobre el sentido actual de los Institutos Seculares en la Iglesia y en el mundo
El Sínodo de los obispos dedicado a la vida consagrada, que tuvo lugar en 1996, nos recordó quién es el verdadero protagonista, de quién es la iniciativa en este estado de vida:
“El Sínodo ha recordado esta obra incesante del Espíritu Santo, que a lo largo de los siglos difunde las riquezas de la práctica de los consejos evangélicos a través de múltiples carismas, y que también por esta vía hace presente de modo perenne en la Iglesia y en el mundo, en el tiempo y en el espacio, el misterio de Cristo”. (Vita Consecrata, 5)
No se puede decir más en estas pocas líneas: Es el Espíritu Santo quien suscitó y continúa suscitando (“incesante”) la vida consagrada; es Él quien difunde “las riquezas” de esta vida; y es Él, sobre todo, quien por medio de la vitalidad de la vida consagrada hace presente el misterio de Cristo.
El tono y los calificativos (incesante, múltiple, perenne) no son mera casualidad, expresan la admiración de quien contempla la vida consagrada en su conjunto y a lo largo de las múltiples manifestaciones. Por eso no es de extrañar que unos pocos números más adelante, al referirse a los Institutos Seculares, vuelva de nuevo este lenguaje:
“El Espíritu Santo, admirable artífice de la variedad de los carismas, ha suscitado en nuestro tiempo nuevas formas de vida consagrada, como queriendo corresponder, según un providencial designio, a las nuevas necesidades que la Iglesia encuentra hoy al realizar su misión en el mundo. Pienso en primer lugar en los Institutos seculares, cuyos miembros quieren vivir la consagración a Dios en el mundo mediante la profesión de los consejos evangélicos en el contexto de las estructuras temporales, para ser así levadura de sabiduría y testigos de gracia dentro de la vida cultural, económica y política. Mediante la síntesis, propia de ellos, de secularidad y consagración, tratan de introducir en la sociedad las energías nuevas del Reino de Cristo, buscando transfigurar el mundo desde dentro con la fuerza de las Bienaventuranzas”. (Vita Consecrata 10)
Aunque pueda parecer una obviedad, es necesario resaltar la insistencia del documento en poner el acento en el protagonismo del Espíritu Santo, y en la manifestación de la variedad y riqueza del don que es una vocación secular.
El documento define a los Institutos Seculares como una nueva forma de vida consagrada, entendiendo la novedad como característica de aquellas formas de vida surgidas en nuestro mundo en nuestro reciente siglo XX. Aunque a los miembros de los Institutos Seculares nos parece ya larga la andadura, ¿qué son 50 años en la vida secular de la Iglesia?
Me gustaría subrayar también una afirmación del primer párrafo que es clave para situar la naturaleza de la vocación secular. Dice que la vocación de los Institutos Seculares, en su novedad, es una respuesta que el Espíritu Santo ha suscitado en la Iglesia para que pueda cumplir su misión en el mundo de hoy.
Es decir, nuestra vocación es una novedad providencial. Nuestra vocación, por su misma esencia, se sitúa en el corazón de la Iglesia y del mundo, y se sitúa desde la perspectiva de la misión, que no es otra que hacer presente a Cristo ante los hombres.
Qué bien se entienden, a la luz de esta afirmación de Vita Consecrata, las conocidas expresiones del Pablo VI y Benedicto XVI al tratar de describirnos:
“Si permanecen fieles a su propia vocación, los Institutos Seculares serán como “el laboratorio experimental” en el que la Iglesia verifica las modalidades concretas de sus relaciones con el mundo. Por esta causa, los Institutos Seculares deben escuchar, como dirigido sobre todo a ellos, la llamada de la Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi: “Su tarea primera… es el poner en práctica todas las posibilidades cristianas y evangélicas escondidas, pero a su vez ya presentes y activas en las cosas del mundo. El campo propio de su actividad evangelizadora, es el mundo vasto y complejo de la política, de lo social, de la economía, y también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los medios de comunicación de masas” (n.70)”. (Pablo VI, 1976)
“Personas autorizadas han considerado muchas veces que precisamente este discernimiento es vuestro carisma, para que podáis ser laboratorio de diálogo con el mundo, “el “laboratorio experimental” en el que la Iglesia verifique las modalidades concretas de sus relaciones con el mundo” (Pablo VI, Discurso a los responsables generales de los institutos seculares, 25 de agosto de 1976: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 5 de septiembre de 1976, p. 1)”. (Benedicto XVI, 2007)
El texto de Vita Consecrata 10 continúa con una descripción sencilla y directa de lo que son los Institutos Seculares: “cuyos miembros quieren vivir la consagración a Dios en el mundo”. En realidad esa es la esencia de nuestra vocación, para eso nos ha suscitado el Espíritu Santo. Después vendrá la variedad y riqueza de los carismas, pero si nos queremos mantener en lo nuclear que nos describe a todos los que compartimos esta vocación eclesial sería la consagración (“consagración a Dios”) y la secularidad (“en el mundo”).
Si hacemos memoria este fue el eje que centró el primer Congreso Mundial de Institutos Seculares en el año 1970. Bastaría recordar la ponencia que presentó Lazzati con este mismo título de “Consagración-Secularidad”, donde hace un precioso comentario de lo que es peculiar de la índole secular propia de nuestra vocación comentando el texto de Lumen Gentium 31, que habla de la misión de los laicos en el mundo.
Podría también recordar aquí las preciosas intervenciones de Pablo VI sobre la Coesencialidad y la síntesis de nuestra vocación, pero voy a traer aquí un texto de especial importancia, por la persona que lo dijo y por el lugar en que se pronuncio. Se trata del Mensaje del Cardenal Eduardo Pironio, entonces Prefecto de la Sagrada Congregación para Religiosos e Institutos Seculares, que envió al II Congreso Latinoamericano de Institutos Seculares en 1979.
En ese mensaje nos habló de tres cosas: de la identidad de los Institutos Seculares, de nuestra actualidad y de las exigencias que se derivaban de nuestra vocación.
Al hablar de la identidad comentando la coesencialidad de consagración y secularidad decía:
El Señor llama —en esta hora privilegiada de la historia y de la Iglesia— a vivir la consagración en el mundo, desde el mundo y para el mundo. Ni el mundo puede manchar o empobrecer la riqueza y fecundidad de la consagración ni la consagración puede arrancarles del compromiso y responsabilidad de la tarea cotidiana. Radicalmente comprometidos con Cristo, abiertos a lo eterno, testigos de lo Absoluto, pero en el ámbito de la vida temporal. Es preciso subrayar bien y unir indisolublemente ambos términos: «consagrados seculares».
Al tratar de resaltar lo específico de nuestra consagración citaba a Pablo VI:
«Vuestra vida consagrada, según el espíritu de los consejos evangélicos, es expresión de vuestra indivisa pertenencia a Cristo y a la Iglesia, de la tensión permanente y radical hacia la santidad, y de la conciencia de que, en último análisis, es sólo Cristo quien con su gracia realiza la obra de redención y de transformación del mundo. Es en lo íntimo de vuestros corazones donde el mundo es consagrado a Dios» (Pablo VI, 2 de febrero de1972).
Me gustaría repetir esta última frase del Papa: “Es en los íntimo de vuestros corazones donde el mundo es consagrado a Dios”. Esto es necesario subrayarlo para dar razón de nuestra vocación. Esta es la diferencia esencial con los laicos, que sólo se entiende con auténtica visión de fe.
Y cuando el Cardenal Pironio se detiene a describir la secularidad, lo hace desde la misma clave teológica que ha resaltado Benedicto XVI en su intervención durante el Congreso del 2007: la encarnación. “La «consagración secular», al abrir al hombre o a la mujer al radicalismo absoluto del Amor de Dios, los dispone para una encarnación más honda en el mundo”.
Las palabras del Cardenal tienen una fuerza única, por eso no me resisto a repetirlas:
No son del mundo, pero están en el mundo y para el mundo. Lo específico de este «modo nuevo» de ser Iglesia es vivir precisamente el radicalismo de las Bienaventuranzas desde el interior del mundo, como luz, sal y levadura de Dios. Esta secularidad —que está muy lejos de ser superficial naturalismo o secularismo— indica el «lugar propio de su responsabilidad cristiana», el modo único de santificación y apostolado, el ámbito privilegiado de una vocación específica para la gloria de Dios y el servicio a los hermanos. Exige vivir en el mundo, en contacto con los hermanos del mundo, insertos como ellos en las vicisitudes humanas, responsables como ellos de las posibilidades y riesgos de la ciudad terrestre, igual que ellos con el peso de una vida cotidiana comprometida en la construcción de la sociedad, con ellos implicados en las más variadas profesiones al servicio del hombre, de la familia y de la organización de los pueblos.
¿Es actual nuestra vocación, es necesaria? Escuchemos lo que nos dijo nuestro prefecto en aquellos años:
[Los Institutos Seculares] expresan y realizan, de un modo original y propio, la presencia de la Iglesia en el mundo. Son un signo valiente de las nuevas relaciones de la Iglesia con el mundo: de confianza y amor, de encarnación y presencia, de diálogo y transformación.
Es un reto de la historia al compromiso de la Iglesia, más específicamente aún de los laicos, a insertarse en el mundo para transformarlo desde adentro. «En un momento como éste —decía Pablo VI— los Institutos Seculares, en virtud del propio carisma de secularidad consagrada, aparecen como instrumentos providenciales para encarnar este espíritu y transmitirlo a la Iglesia entera. Si los Institutos Seculares ya antes del Concilio anticiparon existencialmente, en cierto sentido, este aspecto, con mayor razón deben hoy ser testigos especiales, típicos de la postura y de la misión de la Iglesia en el mundo» (2 de febrero de1972).
Escuchemos dos párrafos finales de su intervención, que responden perfectamente a la pregunta que he hecho antes:
A vosotros se os confía esta estupenda misión: ser modelo de arrojo incansable en las nuevas relaciones que la Iglesia trata de encarnar con el mundo y al servicio del mismo».
Los Institutos Seculares —si son verdaderamente fieles a su carisma de secularidad consagrada— tienen una palabra muy importante que decir hoy en la Iglesia. Su misión es hoy más que nunca providencial. Serán un modo privilegiado de evangelización, de anuncio explícito del Amor del Padre manifestado en Cristo, de una auténtica y profunda promoción humana y de una verdadera liberación evangélica operada según el espíritu de las Bienaventuranzas. Serán un modo concreto de superar el trágico dualismo entre la fe y la vida, la Iglesia y el mundo, Dios y el hombre.
Volviendo al texto que nos ocupa, destaca la finalidad de esta síntesis singular: “para ser así levadura de sabiduría y testigos de gracia dentro de la vida cultural, económica y política”.
Lo verdaderamente original y novedoso es la síntesis, por eso se habla de que es una nueva forma de consagración, cuya singularidad está radicada en que se vive en el contexto de las estructuras temporales y desde dentro de ellas mismas, al modo de la levadura.
Es importante también resaltar todos los términos en los que ha expresado la finalidad de la vocación secular. Habla, en primer lugar, del modo de nuestra misión en el mundo: como la levadura que fermenta la masa, es decir escondidos en la masa, formando parte de ella, desapareciendo pero sin dejar de ser fermento; como testigos, con el testimonio de vida al lado de los hombres, de sus sufrimientos, vivencias, inquietudes y anhelos, no como predicadores, no como maestros, sino con el testimonio de la gracia en nuestras vidas.
En segundo lugar, destaca el lugar de nuestra presencia como consagrados: dentro de la vida cultural, económica y política. Ese es también el lugar de los laicos, tal como describió el Vaticano II su misión en el mundo: “A los laicos pertenece por propia vocación buscar el reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales… A ellos, muy en especial, corresponde iluminar y organizar todos los asuntos temporales a los que están estrechamente vinculados, de tal manera que se realicen continuamente según el espíritu de Jesucristo y se desarrollen y sean para la gloria del Creador y del Redentor.” (Lumen gentium, 31).
Con ellos compartimos nuestra índole secular, pero nuestra vocación es específica como consagrados. Dentro de la vida secular, en el mundo, en las estructuras temporales, a la intemperie, desarrollando nuestro trabajo en talleres, fábricas, oficinas, mercados, centros comerciales, escuelas, universidades, hospitales, ministerios, despachos, carpinterías… No somos plantas de invernadero ni flores de tiesto, nuestra vocación es para que sea desarrollada en el mundo, en medio de los hombres, prolongando la Encarnación.
Sólo viviendo así nuestra vocación haremos realidad lo que al final de este precioso párrafo número 10 expresó la Exhortación Postsinodal: “Los Institutos seculares contribuyen de este modo a asegurar a la Iglesia, según la índole específica de cada uno, una presencia incisiva en la sociedad”.
Quiero terminar con una referencia al discurso de Benedicto XVI. Mejor, un comentario inicial breve y un fragmento de ese discurso.
El discurso del Papa dirigido a los Institutos Seculares con motivo del Congreso sobre los 60 años de la Provida Mater tiene la importancia de ser el primero que Benedicto XVI dirigía a este grupo de consagrados. Pero no ha sido un discurso de circunstancias, sino que ha ido a lo medular. Me gustaría destacar dos detalles. En primer lugar ha subrayado el fundamento teológico que sustenta esta vocación, que no es otro que el misterio de la Encarnación. Así ha precisado el que podemos llamar gran dogma de la consagración secular: “La obra de la salvación no se llevó a cabo en contraposición con la historia de los hombres, sino dentro y a través de ella”.
Y en segundo lugar, el Papa ha dicho que el carisma propio de los Institutos Seculares es el discernimiento de los signos de los tiempos, para ser laboratorio de diálogo con el mundo. De ahí la actualidad y necesidad de esta vocación en la Iglesia.
Termino con unos párrafos entresacados del discurso:
Personas autorizadas han considerado muchas veces que precisamente este discernimiento es vuestro carisma, para que podáis ser laboratorio de diálogo con el mundo, «el «laboratorio experimental» en el que la Iglesia verifique las modalidades concretas de sus relaciones con el mundo» (Pablo VI, Discurso a los responsables generales de los institutos seculares, 25 de agosto de 1976: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 5 de septiembre de 1976, p. 1).
De aquí deriva precisamente la continua actualidad de vuestro carisma, porque este discernimiento no debe realizarse desde fuera de la realidad, sino desde dentro, mediante una plena implicación. Eso se lleva a cabo por medio de las relaciones ordinarias que podéis entablar en el ámbito familiar y social, así como en la actividad profesional, en el entramado de las comunidades civil y eclesial.
A vosotros no se os pide instituir formas particulares de vida, de compromiso apostólico, de intervenciones sociales, salvo las que pueden surgir en las relaciones personales, fuentes de riqueza profética. Ojalá que, como la levadura que hace fermentar toda la harina (cf. Mt 13, 33), así sea vuestra vida, a veces silenciosa y oculta, pero siempre positiva y estimulante, capaz de generar esperanza.
La Iglesia os necesita también a vosotros para cumplir plenamente su misión. Sed semilla de santidad arrojada a manos llenas en los surcos de la historia.
Fernando Martín Herráez
I.S. Cruzados de Santa María